«Alicia Mares se lanza a la tiniebla con las manos abiertas en una colección de cuentos que destaca -en un sentido global- por dos motivos principales, tan genuinos, difíciles de apreciar en este formato de sucesión breve: Cocodrilario es completamente oscuro, es decir, completamente carente de, ajeno a la luz. En sus páginas no se atisba ni un solo rayo luminoso. La obra es negra, constituida por sombras y sombras más oscuras -acaso nos consuela la más tenue en contraste para atrevernos a denominarla ‘luz’ o ‘esperanza’, desesperadamente, en los instantes de mayor agobio, pero no deja de ser eso: un consuelo burdo, pueril-. No recordamos un compendio de relatos que se vea tan ferozmente atravesado por el negro y su vacío que todo lo llena.

   Por otro lado, la segunda magnífica virtud es el enfoque conceptual tan bien ejecutado: las narraciones que integran el volumen beben de un acontecimiento común que las apadrina: el impacto del Gran Cometa, que modificará para siempre la humanidad y sus formas de vida -desentrañaremos estas a escala mexicana, esto es, en el contexto determinado en el que se desarrolla la acción constante de las diversas escenas de marcado realismo fantástico-. Cuesta trazar una línea tan clara que sacuda los cimientos de cada paso dado, de cada fragmento de tierra escrito. Pensamos en Ustedes brillan en lo oscuro, de Liliana Colanzi, como excepción tal vez similar respecto de dicha estrategia cohesionante. Tan complicado como interesante.

   Cuatro citas introductorias elevan un pórtico de entrada a los textos e imaginario particular de Mares: espíritus, monstruos, espantapájaros -querida Giovanna Rivero- o noctámbulos; seres anclados en el trance acá-allá, frágiles cuerpos eternizados… Todos caben para aguardar la boca de la autora, que esculpirá con sus dientes nueve cuentos como compacto panal de abejas carnívoras:  Sangre de parvadaCocodrilarioPillowtalkLo que sale del pantanoEclosiónA la rroro niñoFlores que se abren de nocheConjuroHiraeth.

   La estructura desplegable por extensión de los cuentos -más largos (A) o más breves (b)- se despeja así: A-A-A-b-A-b-b-b-A, en una hermosa y disfrutable trayectoria retorcidamente simétrica. Apenas incurre Mares en la inclusión de citas internas que vistan la cabeza del texto específico: dos citas, pero tan importantes: en el texto inaugural –Sangre de parvada– vemos una autobiografiada “dedicado para la lechuza que mi padre no mató esa noche”; en Pillowtalk, cuento central -casi en disposición distribucional, pero decisivo en la cronología argumental-narrativa del volumen-, hallamos a Neil Gaiman con su excelso The Sandman. Ambas referencias arrasarán con sus capas de arena, polvo negro y plumas de color óxido cada rincón del papel que manchará Mares con sus garras de dragona.

   Pillowtalk es una perla encontrada en una cajita enterrada dentro del vasto continente que resulta ser Cocodrilario como obra de múltiples, innumerables puertas -y túneles-. En él observamos una de las manifestaciones más contundentes de la otredad, que se percibe constante en el grueso de la lectura, como una pesada compañera de pelaje sucio ubicada a nuestro lado derecho, cuyo aliento nos enfría la estancia.

   La proliferación animal -al modo de De un mundo raro, de Solange Rodríguez Pappe- se hace especialmente notable en el primerísimo relato y en Eclosión. Pero no abandonan el foco las extraordinarias individualidades que se seleccionan sobre la masa faunesca: cocodrilos, lechuzas y gatos copan los primeros planos de una jugosa tanda de cuentos -desde el homónimo Cocodrilario hasta Conjuro, pasando por Lo que sale del pantano-.

   Son seres que emergen de la profundidad de la honda oscuridad que empaña el cristal hasta romperlo. Tanto es así que la acción descrita en cada escena configura un pedazo de noche -es esta una obra absolutamente nocturna-.  

   En tales puntos cardinales se mueve todo -y se mueve tantísimo, hasta el frenesí-: Cocodrilario es eminentemente pesadillesco y regala algunas de las claves más terroríficas que hayamos detectado para activar la maquinaria cerebral de la tormenta pro insomnio. El libro de Mares es una obra de horror, de horror puro, sin atenuantes ni paliativos, sin subgéneros anexionados por una barrita lateral o un guión. Es puro, purísimo horror. 

   Tienen cabida en ese entorno atómico la distopía, el catastrofismo, el espiritismo más salvaje, la mítica figura de la bruja, el gore bien dosificado y un espeso halo de magia corrupta. Los dos primeros cuentos se conectan con un período pre-Cometa, lo cual nos permite contextualizar el desarrollo de las diversas aristas horroríficas que estirará hasta el dolor del hueso la autora, tan lírica en su manera de enhebrar su lenguaje descriptivo.

   En ese sentido de mapa temporal, Pillowtalk es la primera hoja de la puerta giratoria y Lo que sale del pantano es su reversa, reservada para el estallido post-desastre, como una nueva génesis repleta de lodo y miembros amputados a mordiscos. Una nueva realidad que inevitablemente modifica el ya de por sí enrarecido -como premonitorio- ambiente narrativo. Se trata de una obra terrenal en términos de anclaje y raíz, con todo el poder de la naturaleza azotando los pies de las criaturas y personajes que danzan leves sobre texturas poco empáticas. De la tierra al cosmos, solo hace falta una pizca de vuelo y muerte.

   El número total de personajes es ciertamente minúsculo: a la figura de la protagonista -narradora en primera persona a través de sus ojos y memorias, con voz aniñada y superconsciente- le acompaña un personaje co-central: el padre. La familia que tan fuertemente se nos presenta en el inicial Sangre de parvada queda relegada a reminiscencias tras las cámaras, a influjos hechos hechizos y reencuentros en fase de ultratumba. 

   De esas ausencias derivan algunos de los elementos técnico-estilísticos más espeluznantes del río de tinta negra que nos salpica a los ojos: la infancia resuena con impacto en los ecos musicales, en las cancioncillas -ay cómo eriza A la rroro niño-, latiguillos, conjuros y lecciones asumidas en las entrañas del pasado. En una armonía soberana, Mares retrata escenas quedas que pinchan con las melodías insertadas en los huecos del silencio, como estacas inesperadas que hacen saltar al espectador. 

   Por este tipo de recursos tan maravillosamente integrados, así como por su propia condición narrativa cuasi-ininterrumpida en respuesta a un todo cohesionado y dirigido hacia el concepto grande, sentimos que Cocodrilario es un perfecto libreto para serie o novela audiovisual. La ambición del total agrega momentos estelares, como en pequeños zooms a escenas determinadas: Flores que se abren de nocheConjuro o el mismo Lo que sale del pantano son tremendos capítulos de una propuesta compuesta por escenografía, sombra y voz en off.

   Juega Mares a su antojo con los giros y planos, con la soledad de un único personaje o apenas de una pareja de ellos para retratar todo lo que falta, a lo que se exponen, los peligros de aquello que devora sus almas. La radiación constituye un ejemplo perfecto de amenaza implícita, pero no la única, aunque sí la más llamativa en cuanto a tradición: un sentido de caza -de presa y acecho, sobre todo- traslada nuestra alerta a lo que no se describe gráficamente, a lo que acontece en los márgenes de la historia pero sabemos que existe y que está ahí, que pulula y… regresa. La oscuridad es la madre del horror y su museo de formas es un catálogo ideal para las travesuras de nuestra guía-escritora.

   El diseño del aparato narrativo atesora en Pillowtalk un formato original que nos retrotrae a Contexto Marte, de Luis Eduardo Barraza, debido a una disfonía excepcional que contrasta con la singularidad de la primera persona que camina a nuestro oído texto a texto. El lenguaje aporta una dimensión brillante cuando se relaja hacia el impacto sonoro-gráfico: Eclosión es fascinante desde la forma en la que está escrito. 

   Su extensión del concepto de ‘morder’ a lo ancho de su propuesta no solo esquiva la indiferencia, sino que repercute brutalmente en la imagen global de una obra definitivamente plagada de dentelladas, mandíbulas, bocas, fauces… y detalles insólitos que desconciertan y someten, milimétricamente situados en una atmósfera enormemente tensa, contenida, inmersiva en su acepción más negativa, asfixiante. 

   Hiraeth concluye magistralmente una obra que necesitaba un epílogo de gran calado -y responsabilidad-. Remata con la consagración del imaginario autoral una secuencia de alta fluidez y seria huella. Alicia Mares no pretende rescatarnos de su literatura.

a luminosa de su destrucción y la infantil esperanza de la supervivencia- es el mismo».

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